El origen del universo siempre ha fascinado al ser humano. Todos conocemos la teoría del Big Bang, que explica cómo una gran explosión dio lugar todo cuanto existe… ¿pero cómo se formó nuestro sistema planetario? ¿Qué eventos sucedieron en el pasado para que originase el Sistema Solar? ¿Cuáles fueron las condiciones necesarias para ello?
Para explicar el origen del Sistema Solar, la comunidad científica ha planteado numerosas hipótesis a lo largo de la historia, y sólo en los últimos siglos estas han tenido un enfoque estrictamente científico. Aunque se contemplan varias opciones, pueden agruparse en dos grandes grupos: las hipótesis catastrofistas y las hipótesis nebulares.
Las hipótesis catastrofistas o de fragmentación son las más antiguas y por ello consideran que la formación del Sistema Solar se debe a una serie de acontecimientos desconocidos, pero violentos y de gran extensión, que afectaron a una estrella anterior al Sol. Por otro lado, las hipótesis nebulares o de condensación postulan que nuestra estrella y los planetas que la rodean se formaron a partir de una nebulosa que comenzó a girar sobre sí misma y a reunir parte de su materia en el centro. La hipótesis con una mayor aceptación en la actualidad es la hipótesis nebular propuesta por Weizsäcker y Kuiper, en la que la formación del Sistema Solar se produjo como se describe a continuación.

El origen del Sistema Solar tuvo lugar hace aproximadamente 5 000 millones de años, por causas que todavía no se conocen, se produjo una agitación nebular que puso en movimiento todo el gas y el polvo cósmico de la nebulosa que posteriormente formaría el Sistema Solar, haciendo que comenzaran a girar sobre sí mismos. Debido a la creciente atracción gravitatoria entre las moléculas y las partículas en movimiento, una buena parte de la materia de aquella nebulosa se desplazó hacia el centro, lo cual dio lugar a una fuerza gravitatoria creciente en ese punto, que atrajo cada vez más materia de los alrededores. El proceso continuó hasta la formación de un gran cúmulo de materia condensada en el centro de la nebulosa denominado protosol.
La presión y la temperatura aumentaron progresivamente en el interior del protosol hasta que se inició una serie reacciones termonucleares que causaron la emisión de luz y de calor: el Sol se había creado. Esto dio lugar a un gran estallido que proyectó parte de la materia residual de la nebulosa fuera del Sistema Solar en nacimiento, mientras que las partículas que orbitaban alrededor del Sol a suficiente velocidad formaron un disco protoplanetario con los materiales más densos cerca del centro y con los más ligeros lejos de él.
Dentro del disco protoplanetario, las pequeñas partículas de polvo cósmico comenzaron a chocar y adherirse debido a fuerzas electrostáticas y gravitatorias, formando cuerpos más grandes llamados planetesimales. Los planetesimales son cuerpos celestes de pequeño que se forman durante la etapa inicial de la formación de un planeta. Los planetesimales de cada órbita colisionaban a menudo, destruyéndose y, en algunos casos, volviéndose a juntar en cuerpos cada vez más grandes llamados protoplanetas. Estos protoplanetas atrajeron más materia a medida que limpiaban sus órbitas de fragmentos rocosos y gases.
Durante millones de años, el Sistema Solar experimentó un período de intensa actividad, con impactos frecuentes entre los cuerpos en formación. Gradualmente, la tasa de colisiones disminuyó y los planetas adquirieron sus órbitas y características actuales. El Sistema Solar se estabilizó, y desde entonces ha evolucionado a través de procesos como la formación de satélites, el movimiento de los planetas y la interacción con asteroides y cometas.
Los planetas que se originaron en la parte interna del Sistema Solar, conocidos como los planetas terrestres (Mercurio, Venus, la Tierra y Marte), se formaron a partir de materiales sólidos y rocosos. Estos planetas estaban compuestos principalmente de silicatos y metales, lo que les confirió una estructura densa y una superficie sólida. Sus órbitas se encontraban dentro de la región donde las temperaturas eran lo suficientemente altas como para que muchas sustancias volátiles, como el agua y los gases ligeros, fueran expulsados o no pudieran condensarse. La única excepción a esto es la Tierra, que contiene agua en estado líquido.
Por otro lado, los planetas que se formaron en la parte más externa del Sistema Solar, conocidos como los gigantes gaseosos (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), se originaron a partir de materiales ricos en volátiles, como hidrógeno y helio, que predominaban en las regiones más frías y distantes del disco protoplanetario. Estos planetas capturaron grandes cantidades de gases ligeros durante su formación, lo que resultó en estructuras masivas con densidades relativamente bajas en comparación con los planetas terrestres. Además, estos gigantes gaseosos tienen núcleos rocosos y/o metálicos, pero están envueltos por gruesas atmósferas que les confieren su gran tamaño.